Tucumán ha sido históricamente uno de los pilares en la agricultura del noroeste argentino. Desde los antiguos cultivos de cereales en el siglo XIX hasta su actual liderazgo en caña de azúcar y limón, la provincia ha experimentado un proceso de transformación profundo. Hoy, frente al cambio climático y la necesidad de sostenibilidad, el modelo agrícola tucumano se encuentra en una etapa crítica de innovación y adaptación.
En sus inicios, la agricultura tucumana se centró en cereales como maíz y trigo, productos esenciales para el autoconsumo y el abastecimiento del mercado interno. Sin embargo, hacia fines del siglo XIX, la introducción del ferrocarril y las políticas proteccionistas nacionales facilitaron la expansión de la caña de azúcar. Este cultivo se convirtió en sinónimo de Tucumán, impulsando el desarrollo de ingenios azucareros y un modelo económico dependiente de un monocultivo industrial.
A comienzos del siglo XX, la superficie cultivada con caña alcanzaba cifras que superaban a las de todos los otros cultivos combinados. No obstante, esta concentración trajo consigo vulnerabilidades, como las crisis de sobreproducción y las fluctuaciones del precio internacional del azúcar. A lo largo de las décadas, estas crisis generaron profundas reestructuraciones que afectaron tanto a la economía provincial como a su tejido social.
A partir de la década del sesenta, Tucumán comenzó a diversificar su matriz productiva. El surgimiento de nuevos cultivos como la soja, el limón, los arándanos y las fresas fue en parte una respuesta a las reiteradas crisis del azúcar. Esta transición implicó el desarrollo de nuevas agroindustrias, tecnologías y actores sociales.
Particularmente destacable ha sido el crecimiento del sector citrícola. El limón, que reemplazó a la naranja debido a plagas y ventajas comerciales, hoy posiciona a Tucumán como el mayor productor y exportador de este cítrico en el país. Esta actividad se ha expandido hacia zonas del piedemonte y ha sido acompañada por inversiones en plantas de procesamiento que permiten exportar jugos, aceites esenciales y cáscaras deshidratadas a mercados internacionales.
El auge del limón ha traído consigo un proceso de concentración de la tierra y capital, con una tendencia creciente hacia la integración vertical de la producción. Este fenómeno ha dejado en una situación precaria a los pequeños productores, que enfrentan barreras para acceder a tecnologías modernas y mercados externos.
La expansión del cultivo de soja en el este tucumano ha sido otro fenómeno clave. Impulsada por la demanda global, la siembra directa y la adopción de variedades transgénicas resistentes al glifosato permitieron el avance de la frontera agrícola. Esta expansión no sólo transformó el paisaje rural, sino que también implicó una mayor intensificación del uso de suelos y agroquímicos.
Asimismo, la soja ha desplazado a otros cultivos tradicionales como el maíz y la caña en muchas áreas. Aunque ha traído beneficios económicos, también ha generado cuestionamientos sobre la sostenibilidad ambiental, la pérdida de biodiversidad y la concentración de la producción en grandes unidades empresariales.
Uno de los principales desafíos que enfrenta el agro tucumano es el cambio climático. Las variaciones en el régimen de lluvias, las sequías prolongadas, las heladas tardías y los eventos extremos están afectando la estabilidad de los cultivos. Esto obliga a los productores a adoptar prácticas más resilientes, como el uso eficiente del agua, la conservación del suelo y la diversificación de especies resistentes.
Programas de asistencia técnica, capacitación y cooperación internacional están apoyando esta transición hacia modelos agrícolas más sostenibles. Aun así, la velocidad del cambio climático exige políticas públicas más contundentes y una articulación más efectiva entre los distintos niveles de gobierno, las universidades y los productores.
En paralelo al desarrollo de grandes complejos agroindustriales, subsiste en Tucumán un entramado de agricultura familiar que enfrenta desafíos estructurales. El acceso limitado al crédito, la informalidad laboral y la falta de infraestructura adecuada dificultan su competitividad y su permanencia.
El futuro de la agricultura en Tucumán parece orientarse hacia una mayor sostenibilidad e innovación. La incorporación de tecnologías de precisión, el uso de imágenes satelitales, el monitoreo digital de cultivos y el desarrollo de bioenergías como el bioetanol a partir de caña de azúcar, forman parte de esta nueva etapa.
Además, cultivos como los arándanos y las fresas ofrecen nuevas oportunidades de exportación, especialmente en mercados exigentes como el europeo o el estadounidense. Sin embargo, el acceso a estos mercados depende de certificaciones ambientales y sociales que muchas veces están fuera del alcance de los pequeños productores.
También hay expectativas puestas en cultivos emergentes como el aguacate, cuya demanda global crece año a año. La incorporación de variedades resistentes y la mejora genética podrían posicionar a Tucumán como un nuevo polo de producción de este fruto.
El agro tucumano ha atravesado más de un siglo de transformaciones intensas. Desde la hegemonía de la caña de azúcar hasta la diversificación actual, el sector ha sabido adaptarse a los cambios tecnológicos, económicos y climáticos. Hoy enfrenta una nueva etapa, donde la clave será lograr una integración armónica entre productividad, sostenibilidad y equidad social.
Aunque existen riesgos —desde el desplazamiento de pequeños productores hasta los impactos ambientales del modelo intensivo— también hay señales de esperanza en las nuevas generaciones de agricultores, en las políticas públicas orientadas al desarrollo territorial y en una creciente conciencia sobre el cuidado del suelo, el agua y la biodiversidad.
Tucumán, con su historia rica y sus paisajes fértiles, sigue siendo un laboratorio vivo donde se ensaya el futuro de la agricultura argentina.